Los nuevos tratamientos para la esclerosis múltiple han conseguido mejorar la evolución de la enfermedad y la calidad de vida de estos pacientes por tanto, disminuyendo la frecuencia de los brotes y el avance de la discapacidad. Sin embargo, el reto terapéutico al que se enfrenta ahora la comunidad científica se dirige hacia una terapia individualizada, cuyo objetivo es encontrar un DNI de cada paciente en el que por sus factores inmunológicos, y clínicos, se escoja el mejor tratamiento. En este sentido, en el Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid se descubrió, por primera vez, el papel de esta proteína que identifica a los pacientes con enfermedad más agresiva para los que serían más adecuadas unas terapias de mayor eficacia y no las primeras líneas que se emplean actualmente, buscando asi una medicina personalizada. «Hemos visto que tener bandas oligoclonales de IgM en líquido cefalorraquídeo se asocia con una enfermedad más inflamatoria y con una peor evolución de los pacientes», explica la doctora María Luisa Villar Guimerans, jefa del Servicio de Inmunología del citado hospital.
Tras el diagnóstico y mediante el análisis de líquido cefalorraquídeo (LCR), puede conocerse la presencia de esta inmunoglobulina y predecir la evolución clínica del paciente. «Con ello, se pretende seleccionar para cada afectado el fármaco apropiado a su tipo de enfermedad en un momento dado, haciendo más eficiente la elección de tratamiento», aclara Villar. Cuando un paciente con esclerosis múltiple, prosigue la experta, «tiene estos anticuerpos, influye para el diseño de la terapia. Lo que intentamos es que el afectado reciba lo antes posible el fármaco que necesita, pero todavía estamos investigando qué tratamiento les va mejor».
Progresivas y en brotes
Esta técnica se realiza tanto para la esclerosis múltiple que cursa con brotes como para las formas progresivas de la enfermedad. «En las progresivas parece asociarse, según un estudio pionero que realizamos, con pacientes que pueden ser tratados con algunos de los fármacos que ahora funcionan con las formas en brote. En cambio, en las formas en brote identifica a pacientes más inflamatorios y que tienen mayor probabilidad de tener que ser tratados con terapias que no son consideradas de primera línea. Son pacientes muy activos y que tienes que vigilar», recuerda Villar. Y añade que, «en las formas en brote, que son las más comunes, hemos visto que el tener estos anticuerpos implica que haya mayor probabilidad de un fracaso a los fármacos de primera línea y, en cambio, algunos medicamentos de segunda línea se ve que en estos pacientes responden bien. Además, al ser muy activos inmunológicamente parece que tienen menos riesgo de hacer algunas infecciones oportunistas que se asocian con el tratamiento». Sin embargo, y tal y como reveló un estudio publicado por la doctora Villar el año pasado, «en las formas primariamente progresivas parece asociarse con una mejor respuesta, cuando hasta ahora no había ningún tratamiento para ellos. Los primeros datos decían que los pacientes más inflamatorios, entre los que tenían formas progresivas, podían beneficiarse un tratamiento, y nuestro marcador al identificar a los más inflamatorios, que son un grupo pequeño, pero con una enfermedad muy activa y discapacitante. Pero aun así tendrían más posibilidades de beneficiarse de la inmunoterapia».
La complejidad de la enfermedad y de los medios precisos para su diagnóstico y seguimiento ha hecho que se estén creando unidades multidisciplinarias de referencia para su estudio y tratamiento en los hospitales del Sistema Nacional de Salud –CSUR– como es el caso del Ramón y Cajal desde marzo de 2012. En la actualidad, les llegan muestras de líquido cefalorraquídeo (LCR) para determinar la presencia de bandas oligoclonales de unos 80 hospitales del territorio nacional.